El agua
Bendita agua. A la que, desgraciadamente, no le damos casi ninguna importancia.
No soy ningún experto para hablaros de un bien tan preciado y tan poco valorado, pero no sería lo suficientemente honrado conmigo mismo si no intentase aportar mi granito de arena por el bien mío y de todo aquel que pueda leernos.
Amigos y compañeros del mochuelo, puede que muchos de vosotros no sepáis lo que es ir a por el agua para beber a dos kilómetros de distancia. Y, puede que tampoco os podáis imaginar cómo es el tener que lavarse en un barreño de barro o de zinc. Y puede que tampoco os podáis imaginar, que el agua que se usaba para lavarse, luego se aprovechaba para regar una maceta, para lavarse los pies, limpiar un suelo de piedra o quizás para regar la puerta del cortijo. Lo que era seguro es que el agua no se tiraba menos que no fuese un agua muy reciclada y justificada. Prohibido tirar el agua sin que hubiese una justificación. No por orden de nadie, sino que tú ya sabias que el agua no se podía tirar.
El agua siempre fue un bien preciado y valorado, pero amigo mío… desde que todos nos hemos acostumbrado a abrir el grifo… El agua, ha perdido el valor que antes le habíamos dado. No podemos decir de modo alguno que nuestros manantiales van sobrados, sino todo lo contrario. Muy a pesar de los pesares, siguen disminuyendo. Pero todos, muy disimuladamente, escondemos cada cual nuestras responsabilidades. Pues nadie tiene la menor duda de que todos, absolutamente todos, somos responsables de nuestros despilfarros (quizás una mínima minoría, no). Pues incluso expertos o políticos no nos dicen nada porque quizás a alguien no le interesa. El saber que poniendo cada cual un poquito de nuestra parte sería un gran beneficio para todos. Pero no esperemos que alguien que no ha padecido la necesidad del agua, se atreva a ver una urgencia en nuestro comportamiento, como consumidores de un bien tan preciado. Pero sí que desde hoy confiamos y apostamos sin pereza alguna, de que seremos los guardianes de nuestro consumo de agua. Por el bien nuestro y el de los demás demos al agua el valor que se merece.
Y con vuestro permiso, paso a explicaros ese trocito de mi verdad.
Creo que os decía algo de lo poco que me duró, eso que parecía, un buen trabajo. Y, la suerte que tuve al encontrarme con Juan Cubells (al que debo de agradecer mi cambio de profesión). Juan, creo que ya os dije, era el trasportista principal de la ICA, y la Cansa, dos empresas diferentes, pero, las dos del mismo dueño, donde yo había estado. Como ya os comentaba, Juan y yo ya nos conocíamos, pues fue él quien me vendió su Seat 124 (a pagar en unas cuantas veces).
Este señor era el dueño de unos cuantos camiones: seis u ocho camiones. Él hacía de chofer, de mecánico, de jefe y, además, de buena persona. Fue con él con quien me encontré al otro día de haberme quedado sin faena. Fue él quien me dijo “mañana puedes empezar”. Mis inicios en el mantenimiento en una fábrica de papel. Después sacando grava del rio, y después, mayormente, estuve en la ICA (fábrica mayormente de bordillos). Allí éramos varios camiones al servicio de la empresa, con normas y sistemas regulados por la propia empresa. Yo, por aquel entonces, llevaba un Barreiros, un Gran ruta. Me hacía disfrutar por lo que corría, pues todos estábamos al servicio de la empresa. Los sábados normalmente pasábamos por el taller donde, además de cobrar, siempre había que hacerle algo al camión, menos si no te tocaba trabajar por lo que fuese. Todos sabíamos que nuestra misión, era el estar al servicio de nuestro jefe y de la empresa que nos daba el trabajo. Fue una época de mucho trabajo.
En una de las veces que vino mi padre a visitarme, un día me tocó ir a descargar cerca de Tudela por lo que le dije que se viniese conmigo. Antes de llegar a Zaragoza, se averió el camión. Llamé no sé cómo al taller. Vino Juan Cubells (el dueño de los camiones y mecánico de confianza) y arregló la avería, pero ya no nos daba tiempo a descargar, por lo que nos tuvimos que quedar en un parador de carretera, cerca de la obra, para descargar al día siguiente.
Fueron dieciocho años los que estuve en la casa. Los recuerdo como años de mucha actividad. Ese camión Barreiros fue el que, años después, me llevaría un tractor de segunda mano desde Fraga a Martorell. Y, una vez arreglado, lo llevaría desde Martorell a mi pueblo. Con la ayuda de un vecino mío, mecánico, lo reparamos durante los fines de semana y por las noches. Pues no sé si os había contado, que, en estos primeros años, había alquilado un patio, que estaba en muy malas condiciones. Pero, al que poco a poco y a mi manera, lo convertimos en garaje, taller, trastero, granja y almacén para vender patatas (que nos traían directamente desde Logroño).
Recuerdo un detalle muy curioso: en el segundo camión de patatas que me trajeron de Logroño, vino un señor a verme. Según él y su acento, venía desde Logroño. Vino a ver el almacén y estuvo en nuestra casa. Un señor, según yo pude entender luego, que vino a inspeccionar qué clase de cliente era yo junto a mi familia.
Lo de las patatas, entre otras muchas cosas, vi que no bastaba con tener un almacén. Tenía que hacer el reparto a deshoras o en días de fiesta, lo hacía con un seiscientos que compramos para mi mujer (pues mi seiscientos era el coche de los domingos, hasta que llegó el 124 comprado a mi nuevo jefe antes de ser mi jefe). Además, mi mujer tenía que estar parte del día en el almacén, con dos niños pequeños, por lo que pronto lo dejamos.
Antes de llegar más lejos, debo contaros el proyecto del agua.
Empiezo explicando que, cerca de donde yo trabajo, hay una fábrica que hacen mangueras de plástico, muy recias, las que yo pocas veces había visto. Además, da la casualidad de que en la fábrica trabaja un hijo de un compañero mío del trabajo. Él me facilita la compra de la manguera de unos quinientos y pico de metros, que mandé a mi pueblo en un camión. El camión venía a Mercabarna y a la vuelta cargaba lo que buenamente le salía, y, entre otras cosas, cargó mi manguera.
Yo estaba más que ilusionado ya que, con aquella manguera, yo llevaría el agua a mi cortijo desde un trozo de terreno que mi mujer había heredado, por donde pasaba el rio.
Compro un motor de segunda mano (creo fue junto con la manguera al pueblo), le hago una y mil cosas para que parezca un motor de verdad, a la espera de que yo fuese en septiembre, que es cuando a mí me tocaban las vacaciones.
Esperamos no cansaros…
Os dejo aquí, esperando que sea un gran AÑO NUEVO este que empezamos.
Es lo que nos desea nuestro mochuelo: un año lleno de confianza, sinceridad, amistad y colaboración con los demás.
Estamos abiertos a escuchar a los demás.
Un abrazo. El mochuelo, Juan
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