Cree en ti
Amigo y compañero del mochuelo, quisiera decirte algo que te pudiese gustar, que fuese lo que tú quieres, lo que te pueda agradar, ser capaz de convencerte para que podamos hablar de cosas sencillas, sanas y para que nos podamos encontrar. Sé valiente, yo te espero. Y no te importe tu clase y mucho menos tu edad.
Creo, entiendo y comprendo, cuantas personas lo están pasando mal, pero quiero entender, que solo ellos saben de su situación. Cada uno sabe lo que se cuece en su casa. Pido disculpas si, dentro de mi ignorancia, pudiera herir a alguna persona, pues no es mi intención. La vida es un continuo caminar y no podemos ni debemos quejarnos por todo y con todo, y con casi todo. Creo que una gran mayoría nos hemos acostumbrado a llorar muchas veces sin que nadie nos haya ni mirado. Digo esto porque a donde vivo, por ejemplo, siento y vivo algo de esto.
Conozco a personas, dentro de mi círculo, por donde me he movido y suelo moverme, personas o familias, que al poco tiempo de venir de Andalucía, Galicia o Extremadura, tuvieron la suerte, porque no creo que sea una mala suerte, que les tocara un piso de los que daba el gobierno. Un piso que tendrás que pagar, pero, por lo pronto, te han dado un piso donde meterte. No he escuchado a nadie decir que aquel día les había tocado la lotería sino todo lo contrario. Hay más de uno que sigue llorando, además de que dicen que son los más trabajadores y perjudicados. Nadie sabe lo que pasa en casa del vecino, pero sí que se les nota a muchos que lloran con lágrimas de cocodrilo.
No podemos ni queremos ser parásitos de la sociedad. No podemos creer que otros vendrán para poder arreglarlo lo nuestro. No estamos en contra de poder colaborar, pero sí que estamos en contra de dar por dar. Todos estamos necesitados y si hay alguien que lo dé todo, estamos dispuestos a poner la mano, pero no todos estamos dispuestos a ser capaces de aportar lo que podemos, con lo que tenemos.
Jóvenes, mayores y menos mayores. Del campo o de la ciudad. La vida nunca fue fácil. Al menos la que yo he conocido. Muchos de nosotros culpamos a la mala suerte, que no niego que pueda existir, pero la suerte hay que buscarla cada día. La suerte por si sola difícilmente vendrá. No te digo que trabajes porque eso suena mal, y hasta está mal visto, pero si te diré que, si quieres algo, ve a por ello, por la carretera o por un camino de tierra, pero lucha, cuanto puedas y la suerte puede ser que te acompañe.
Y una vez más, abusando de tu amistad, un trocito más de mi verdad.
Año nuevo. Lo más importante es el nacimiento de nuestro primer hijo, lo que más podríamos desear, pero además de ser un niño de lo más normal es un niño guapo y noble. Mi mujer, mientras cuida del niño, aprovecha para coser para la calle, desde paraguas hasta vestidos, pues además de que se le da muy bien, también es una ayuda familiar. Yo cambio de empresa, yendo a una clasificadora de graba. Somos dos camiones en la casa. Uno que empieza cada día a las seis de la mañana y yo que empiezo a las ocho hasta las doce de la noche. Vengo cada día a comer a casa con el camión y, por la noche, me llevo el camión a casa. Las horas extras me las pagan a 50 pts., y en la otra empresa me pagaban a 23 pts. Después de hacer trece horas, que era nuestra jornada oficial. El cambio se notaba en casa. Yo vengo tarde a casa, pero sí que por las mañanas, no tengo que madrugar, pues las ocho son horas de señorito. Estuve muy a gusto en la empresa, descartando a mi compañero, pues era un señor que iba totalmente a la suya. Creo que, en seis años en la empresa, nunca intercambiamos alguna larga conversación.
Por fin nos compramos el piso con la ayuda del exterior, pero si es verdad que en pocos meses la deuda fue saldada. Quizás antes del año arreglamos nuestra cocina, que estaba totalmente desmantelada, lo primero una nevera de lo más moderno recién sacada de fábrica, pero la más barata porque tenía alguna raspadita. Y poco a poco, sin grandes lujos, amueblamos nuestro piso.
Me atropella un coche al cruzar una calle. Nada grave. Dos días en el hospital, y unos cuantos días de baja. Eso fue unos días antes de que vinieran los padres de mi señora, mis suegros. Se hicieron de rogar ya que Barcelona para ellos estaba muy lejos. Nos visitan también algunos primos.
Nos compramos un seiscientos, recomendado por uno de los jefes donde trabajaba con el que hice tres viajes al pueblo, entre ellos a la muerte de mi suegro. Cuando ya habíamos encargado la niña. Mientras tanto la vida no para de darnos algunas que otra sorpresa de todos los colores. Nace nuestra hija, la segunda de la familia. La que llega a completar la que sería en muchos años el completo de esta familia. Una niña de lo más sano y normal y además la niña de la casa. La que ocupa la atención de los demás, pues sin pasión, una pareja vestida muchas veces por su madre que hacían de modelos más de una vez.
Para que todo no sea bueno, tengo un accidente con el camión, donde la mitad de la cabina queda más que chafada. A mí no me pasa nada. Un pequeño golpe en la pierna derecha y nada más. Una salida imprudente y un despiste mío. Dos semanas en Manresa para arreglar la cabina del camión. Y los jefes, un tanto enfadados.
Pero como la vida continua. A nosotros también nos gusta continuar. No creo ser negativo si os digo que no siempre me encuentro con fuerzas para aconsejaros o para deciros cosas que pienso. Cosas que más de uno sabrá y que la tenga casi olvidada. Pero yo, con vuestro permiso para todos vosotros, y para mí mismo, os diría: sed muy valientes, id por la vida a pecho descubierto, no tengáis miedo a vuestros miedos, soñad, luchad y dejemos el mejor recuerdo para los que nos siguen.
Soñemos que nos queda mucho camino que andar. Que a jóvenes y menos jóvenes nos gustaría demostrar que cada uno de nosotros podemos hacer un poco más por nosotros mismos y por los demás.
El mochuelo, vuestro amigo Juan.
Foto de Akil Mazumder en Pexels
Comentarios