Nuestro mochuelo quiere continuar



Porque quiere aprender, quiere enseñar y quiere colaborar haciendo el bien a nosotros mismos y a los demás. Vuestro apoyo y energía nos hace continuar.

Tenemos que ser valientes sin importarnos la edad. Ni por mucha ni por poca, lo tenemos que intentar. Andando nuestro camino, el que nos toque andar. Sé consciente si te caes de volverte a levantar. Diez veces que te calleras, lo debes de volver a intentar. Sé tú mismo, sé quién eres, nada menos, nada más. Sé sombra en tu camino, poeta en tu caminar, sé fuente de agua clara en la que puedas encontrar cosas buenas de la vida. Aquellas que te puedan gustar. 
No soy un hombre de letras que os pueda encandilar. Sí que quisiera ser quien soy. Ni nada menos, ni nada más. Sé que no es fácil ni sencillo. Sí que lo quiero intentar. Quisiera contaros algo, que guste o no guste, el tiempo nos lo dirá. Un trozo ya de mi tiempo, el que te puedo contar, sé que parece mentira, y sin embargo, es verdad. 

De profesión “porquero” desde los nueve años hasta los quince. A los cinco años ya ayudaba a una hermana mía. Recuerdo uno de esos días en que mi hermana se quejó a mi padre porque yo no quería hacer lo que ella me mandaba, pues yo, como niño, me haría el fuerte sin saber que mi hermana tenía todo el apoyo de mi padre, el que cogió una caña de maíz, y sin tocarme si quiera, yo hice lo que decía mi hermana. Debo decir que jamás vi a mi padre pegar a ninguno de mis hermanos. Pues él solo con mirarnos era suficiente. A los nueve años yo ya tenía la autonomía de guardar unas horas los dos o tres cerdos, los que había en casi todas las casas que medio podían, pues eran los candidatos a la próxima matanza. Pero, poco a poco, se irían ampliando hasta tener hasta cerdas de crías. 

Con diez o doce años un profesional, hasta fumando a escondidas. Uno de mis grandes errores: el querer ser lo que todavía no era, pero, como los demás lo hacían, pues no perecía malo. Al no disponer de dinero, nuestra estrategia (digo nuestra pues casi siempre éramos unos cuantos los que nos juntábamos) pues una pequeña parte de la comida que nos ponían nuestras madres se la dábamos a una señora que venía de otro pueblo y que según comida le dábamos ella nos daba de cigarros. Ósea que cambiábamos comida por tabaco. 

Pero, a los quince, en el campo casi como un hombre. Recuerdo perfectamente el primer día que me dejó mi padre un arado. Quizás no hacia el año cuando mi padre arrendó unas tierras, y en vez de haber una yunta de bestias habría dos lo que hace que a los 16 años una de las yuntas era para mí, pues estaba destinado a ser el segundo  gañan de la casa, algo grande para mí… Otro día, a ser posible, os contaré más. 

Mientras tanto, muchas ganas de vivir, muchas ganas de aprender, muchas ganas de colaborar haciendo el bien a nosotros mismos y a los demás. 

El mochuelo. Juan 


Foto de Karolina Grabowska en Pexels

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Juan, eres muy grande, gracias
Carmen

Entradas populares de este blog

Maldito tabaco

No te ates, no digas que ya no puedes

Ser mejor que ayer